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Luego de una dislocación, su pasión fue bailar

Cómo el tratamiento que recibió en el Hospital Shriners de St. Louis le permitió a Robert lidiar con la muerte de su madre

Robert se acababa de mudar a Houston en 2000 cuando se enteró que el cáncer se iba a cobrar la vida de su madre.

Shirley había sido la persona que más lo acompañó cuando comenzó su camino en el Hospital Shriners de St. Louis en 1969. Ella fue quien le dijo, cuando tuvo la edad suficiente para notar la cicatriz en su cadera izquierda que no, no iba a desaparecer.

Y fue Shirley quien reaccionó con un “Oh Dios, no”, cuando Robert le contó sobre su pasatiempo: el baile country.

“Ella bromeó conmigo, pero fue una manera de dejar de pensar en la inevitabilidad de la muerte de mamá”, dijo Robert, ahora 52, desde su casa en Spokane, Washington, en una fresca mañana de invierno. “Simplemente necesitaba algo más en que concentrarme”.

Shirley sucumbió al cáncer poco después de que él le hablara de su nuevo pasatiempo, pero Robert siguió bailando. Que pudiera emprender un pasatiempo tan activo y llegar a ser tan bueno en él como para ganar medallas en competencias es algo que debe agradecer a los Hospitales Shriners para Niños de St. Louis.

“Simplemente demuestra que si recibes el tratamiento adecuado, puedes perseguir tus pasiones”, afirmó.

Robert no recuerda mucho sobre su estadía en el Hospital Shriners de St. Louis, no se acuerda de los nombres de los médicos o los enfermeros que lo cuidaron. Solo tenía 8 semanas cuando se volvió parte de la familia de los Hospitales Shriners. Los médicos lo trataron por un defecto congénito por el que nació con una cadera dislocada.

“Supuestamente, según mamá, la cirugía que me hicieron en ese entonces era muy novedosa”, explicó. “Hacían ese tipo de cosas que eran avanzadas para la medicina incluso en ese entonces”.

Pasó la mayor parte de los primeros dos años de su vida en el Hospital Shriners de St. Louis, gran parte con un yeso corporal que iba desde las axilas hasta la pierna izquierda y la rodilla derecha. Finalmente, Robert se fue a su casa, aprendió a caminar y vivió una infancia normal. No podía practicar deportes de contacto, por lo que comenzó a jugar a los bolos cuando tenía 9 años y hasta el día de hoy sigue derribando bolos.

Pero es el baile country lo que lo llena de vida.

“Cuando escucho la música, el mundo desaparece y solo estoy bailando”, contó. “Y a veces pienso: “No podría hacer esto, no habría podido manejar la muerte de mamá tan bien si no hubiera sido por el Hospital Shriners”.

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