La expaciente Bernadette expresa su gratitud por la atención que le cambió la vida hace años.
Nota del editor: Este texto está escrito con las propias palabras de Bernadette y, en él, comparte sus verdaderos sentimientos hacia el nivel de atención que recibió en el Hospital Shriners para Niños de St. Louis.
Nací con defectos de nacimiento importantes en la cabeza, cuello y columna. Sin profundizar demasiado en la terminología médica, esto es lo que sucedió: Mis puntos blandos no se cerraron de manera correcta y requirieron reparación quirúrgica. Las vértebras de mi cuello se deformaron y fusionaron. Eso me dejó con una movilidad limitada y una apariencia acortada, y mi columna era un desastre retorcido en el que faltaba una vértebra y otra estaba deformada. Los médicos les dieron un pronóstico sombrío a mis padres: era posible que nunca podría darme la vuelta, hablar ni caminar.
Pero con el amor inquebrantable de mis padres y la pericia de médicos increíbles, desafié las probabilidades. Crecí y me convertí en una niña bastante “normal”. Pude jugar con amigos, andar en bicicleta e incluso tocar la flauta. A pesar de eso, mi familia seguía teniendo problemas. Mi padre trabajaba sin descanso, pero el dinero escaseaba y mis crecientes facturas médicas nos agobiaban. Enfrenté más desafíos de salud de los que he descrito, pero fueron estos problemas los que determinaron mi viaje al Hospital Shriners para Niños.
Un día, en una clínica a la que mi madre me llevó cuando estaba en la escuela primaria, descubrieron cuán severa se había vuelto mi curvatura vertebral. Mi columna torcida estaba comprimiendo mis órganos, por lo que mis pulmones eran incapaces de expandirse por completo, solo se expandían a un 60% de su capacidad. Nos derivaron al Hospital Shriners para Niños de St. Louis, y fue allí donde mi vida comenzó a cambiar.
Al principio, a mi padre le costaba aceptar la ayuda: su orgullo le impedía reconocer la necesidad de caridad. Pero en el Hospital Shriners para Niños, experimentamos la forma más pura de compasión. Desde el momento en que cruzamos sus puertas, nos envolvió la amabilidad de una comunidad. Cada visita comenzaba con un pequeño gesto de alegría: los niños elegían un juguete donado para llevar a casa. Todos nuestros gastos médicos (citas, radiografías, exámenes, procedimientos, todo) estaban cubiertos. Los gastos se cubrieron con el seguro, pero ante cualquier carencia, el Hospital Shriners para Niños la resolvió sin cuestionamientos.
Un equipo de médicos de renombre monitoreó mi columna vertebral por años, asegurándose de que la atención se adaptara a mí. Cuando llegó el momento, me realizaron una cirugía para enderezar mi columna lo más posible y eso cambió mi vida. Utilizaron varillas y tornillos para estabilizarla, y fusionaron secciones para evitar más torsiones y daños a mis órganos. Esa cirugía no sólo salvó mi salud sino que también redefinió mi futuro.